Tu presencia subía y bajaba,
como desconfiada,
y yo sin querer saber
en qué noche me querrías,
y en qué día no lo harías más.
A esta mañana empañada
llego con las ropas sucias,
violentamente usadas.
El corazón ebrio,
urdido entre frío cautelar,
setenta veces por minuto,
a hurtadillas,
remite exhausto su mensaje de sangre
hacia las heridas de mi periferia vascular.
Traigo todo lo que quedó allá de nosotros,
lo que el reparto habría de enviar
en esas horas donde no estarás,
donde la puerta trates de evitar.
Durante estos días,
en los sucesivos al todo,
he creído ver ciegos morir por no haberte visto,
y no sé, puede que te busquen de algún modo;
puede que pese a la ausencia de los suyos,
encuentren la llegada de tus ojos.
Me despertaré a las nueve,
quizás antes, insomne,
atentaré contra la fase REM
si mi mente te soñara.
Sacaré al perro, prepararé café,
soltaré lágrimas rutinarias.
Habrá un vaso de té,
una radio encendida,
las doce en la madrugada;
habrá una multitud
acogiendo mi ausencia,
papeles amarillos,
un cajón en espera.
Ahora, llenos de vacío,
cuando el equilibrio nos encuentre,
quedará un silencio eterno en un minuto,
y efímero tras tanto ruido.
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