Mira, David, no es que fuera premeditado,
bueno sí, pero no premedité premeditarlo.
Me encantó porque quise ser encontrado,
ella no lo buscó, pero quiso buscarlo.
Mujer madura en apariencia que era una niña en su interior,
una niña con problemas. Los dos ayuda esperábamos,
nos encontramos, con el tiempo nos encantamos;
quizás ninguno lo buscaba, seguro que los dos lo necesitábamos.
La que me acompaña se llama Meretriz,
sin desmerecer ese nombre,
pues se sabe dentro de mí
pero, a la vez, de otro hombre.
Mi corazón en cambio tiene muchos nombres:
dulzura, amor, ternura, sueño, belleza...
pero también distancia, distancia, maldita distancia
que me hace alejarme de mí mismo sintiéndola cerca.
Meretriz también es distancia,
al contrario que tu polinomenclatura,
la lejanía no es tangible,
y si la recorro se hace más dura.
Amigo, hay dos tipos de distancia,
como de dos tipos son nuestras mujeres:
distancia física con cercanía, como en mi caso;
en el tuyo estáis juntos pero os vais.
Con todo ello, Meretriz es lo único en mi cabeza;
ella es el despertar y el último pensamiento,
ella es en todas las cosas, a menudo tristeza,
y me cago en la puta, que la quiero es cierto.
Más que a nada, más que a nadie, más de lo que nunca.
Aunque aquellas películas que veíamos de pequeños,
donde todo era bonito, eran mentira.
De Meretriz me gusta su prisa, yo la espero.
De Meretriz también la ausencia donde me quedo;
me hablan sus ojos y yo los leo,
me mata su risa, de ella soy objeto.
Como juglar o útil de cama,
durante dos años he juzgado;
si bien es cierto que aún no me ama,
más cierto es, David, que nunca ha amado.
Pero debes plantearte, hermano, si todo lo que sientes
es real o un capricho de tu poesía,
y si no será ciertamente todo mentira.
Todo es mentira, su belleza está en tu cabeza.
Estamos soñando.
Iago Morais y David Francisco (Panda de Tolos)