Textos: Iago Morais || Vídeo: David Francisco || 2012
Tienes el negro en las tenazas de tus dedos y tus pies tienen el negro porque ya no vuelan sobre el suelo. Te tiñe el negro como te tiene el miedo, y el miedo te puede porque no puedes con ello. También es negro tu papel, tu imagen, el sonido, la voz, y también es negro tu reflejo.
No hubo blanco donde pausar el negro de mis palabras, negras palabras. A veces, sólo necesitas respirar, inspirar, expirar y morir. Volar del devenir, no decidir si vivir. La muerte como único elixir es el modo de existir. Desistir de vivir. Pasar el tiempo nadando en aguas de borrajas. Somos seres inútiles, y el que más aquel que no se percata de su inutilidad. ¿Has llegado al final de tus días con tus dudas hechas certezas? Pues eso, inútil.
Eres el llanto de las gárgolas, de la excomunión de los vencidos. Sueles ir a ras del vuelo de algún suicida de pardo pelo y tersa piel. Puedes pero no quieres. Que suenen los réquiem, que guarden el duelo.
Escuchaste alguna vez que lo que no está visto no existe, pero queda el rostro. Nos quedan los rostros, como fotogramas de la película de lo pasado, la película que ponemos a funcionar dentro cuando la angustia de un futuro más vacío se avecina. El rostro, último elemento que conforma la memoria. A veces, la película se para en el mismo fotograma, y es cuando decimos «me quedé aquí».
No hubo blanco donde pausar el negro de mis palabras, negras palabras. A veces, sólo necesitas respirar, inspirar, expirar y morir. Volar del devenir, no decidir si vivir. La muerte como único elixir es el modo de existir. Desistir de vivir. Pasar el tiempo nadando en aguas de borrajas. Somos seres inútiles, y el que más aquel que no se percata de su inutilidad. ¿Has llegado al final de tus días con tus dudas hechas certezas? Pues eso, inútil.
Eres el llanto de las gárgolas, de la excomunión de los vencidos. Sueles ir a ras del vuelo de algún suicida de pardo pelo y tersa piel. Puedes pero no quieres. Que suenen los réquiem, que guarden el duelo.
Escuchaste alguna vez que lo que no está visto no existe, pero queda el rostro. Nos quedan los rostros, como fotogramas de la película de lo pasado, la película que ponemos a funcionar dentro cuando la angustia de un futuro más vacío se avecina. El rostro, último elemento que conforma la memoria. A veces, la película se para en el mismo fotograma, y es cuando decimos «me quedé aquí».