10 de abril de 2010

Casi de mutuo acuerdo


Con la promesa de mantener
la sordidez de la amistad
me presto a rodar
una noche más con lo puesto,
en nuestros lugares comunes
que otras noches usamos
para un cuerpo a cuerpo
casi forzadopor la inercia
de la ginebra y la falsa moral.
Me presto a ser el mismo
con algún condicionante,
obligado a resistir impune
la tentación de jeans.
Sí, estoy obviando las quimeras
que dejas en la almohada,
en el coche, y en todas aquellas calles que nos pasean.
Dejo en el olvido también
aquel roce en la escalera del metro,
el desliz de mis yemas
por tu antebrazo de falanges
tocadas como cuerdas de arpa
en el Royal Festival Hall.
Vuelvo a casa asombrado
por una ausencia de dolor,
extraño
como un cambio de vías innecesario,
violento
como no imaginaría esta vida sin tí;
con el televisor encendido
entre anuncios de teletienda,
Edith Piaf resucita
por arte de ondas hertzianas,
me recuerda la inocencia
de este vacío de duelo:
Je ne regrette rien.
Me acuesto aun con ropa,
suena el móvil, eres tú,
je ne regrette rien,
parece que tu tampoco.