ESTHER ORTEGA ECHEVARRÍA
Julio 2008
No intentes alcanzarlo, nunca lo conseguirás. Todos los esfuerzos serán en vano, es imposible. Por mucho que estires los dedos de tus manos, nunca te acercarás a esa esfera que permanece despierta mientras la ciudad duerme. Jamás esos pequeños focos que brillan incesantemente en la profunda oscuridad osaran ceder ante tus saltos.
No, el espacio es impenetrable. ¿Te has parado a pensar qué puede haber detrás de esa cúpula? Estoy convencida de que sí, todos lo hemos hecho alguna vez. Quizá sea allí donde se encuentren todas las respuestas a las eternas e incesantes preguntas del hombre. O no, probablemente nunca lo sabremos. Puede ser que cada estrella sea la luz que se apaga en la tierra cuando una persona muere o que se origine cada vez que un bohemio ve como su sueño se deshace en el aire, se evapora y asciende hacia la luna. Puede crearse también cada vez que una persona sonríe o en el momento del nacimiento de un niño o quién sabe…quizá en el efímero instante del primer beso.
¿Por qué hay que pedir un deseo cuando se ve una estrella fugaz? ¿Acaso ella se va a encargar de conseguir la paz mundial o de curar a tu madre? No, según los expertos, no es más que un cuerpo celeste que desaparece en la atmósfera. Nunca lo hará, no tiene vida ni capacidad para llevarlo a término…Y, sin embargo, yo me resisto a no cerrar los ojos y suplicar un deseo cada vez que este fugitivo ser me sorprende en una, desde ese momento, esperanzadora noche.
Puede ser que tras la fina capa opaca que nos encierra cada día haya millones de ojos dirigidos hacia nuestras acciones. Entonces se cumpliría el fenómeno 1984; sólo seríamos máquinas a merced de otros seres superiores, marionetas en manos de profesionales que se encargan de jugar con nosotros, de desentramar nuestro destino. Para los más devotos, puede ser que se encuentre el esperado “cielo”, pero no como elemento geográfico, sino como aquel idílico lugar en el que un ser todopoderoso se encarga de juzgar a los hombres por sus acciones en la tierra, condenando a aquellos “pecadores” y deleitando a los honrados con un lugar llamado “paraíso”.
Hay tantas posibilidades que pensar en el espacio puede causar una extravagante sensación en nuestro cuerpo, nos ocasiona una sacudida de ahogo, de mareo, de inquietud. Esta es la razón por la que tantos astrónomos se han empeñado en llegar al universo, a aquel infinito terreno donde habita el olvido. Donde se fijan tantas ilusiones…Una noche de verano, con luna llena, a la orilla de un azul océano que distorsiona la circunferencia de aquella gran madre que vela por nuestros sueños.
Mientras estos especialistas realizan toda clase de artimañas para conseguir despejar nuestras dudas sobre lo que se esconde allí detrás, los insomnes y soñadores seguiremos imaginando las respuestas, fantaseando con que en el espacio nacen todos los ensueños, todas nuestras ilusiones, todas las palabras que hacen mutar las lágrimas en sonrisas. Los poetas seguirán inspirándose en su profundidad y en su enigmático contenido, en esa luna que, cada noche, enciende las almas de las mentes más inquietas y el corazón de los más románticos.
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